La misma estuvo a cargo del Padre Rafael Díaz, sacerdote domínico de la iglesia de Benito Juárez, y contó con una asistencia extraordinaria de gente, pocas veces vista según mi modesta opinión, en la que se pudo apreciar la presencia de muchos enfermos o gente que padece algún problema, no siempre necesariamente orgánico, fieles que no asisten frecuentemente a otras celebraciones. En momentos que el clima se ensaña con nuestra sociedad, ya sea la rural y también la urbana, con el lamentable agregado de víctimas fatales, y el Sandy hace lo propio con los pueblos centroamericanos y del Norte, USA incluido, lo que prueba que la naturaleza aún es poderosa y se mofa de las tecnologías avanzadas, nuestra gente, en este caso de Saladillo, alzó sus brazos, sus manos y el corazón, en la esperanza de la ayuda divina, esa ayuda de la que no se duda, esa que no nos pide otra cosa que tener Fe y dedicar algunos minutos invocando al Señor, y dedicar mucho más minutos en el bien común, en los necesitados, en los pobres, en nuestros amigos, vecinos, en nuestra familia, etc. El cura repetía hasta el cansancio intenciones conocidas, pero muchas veces olvidadas, como no condenar gratuitamente a nadie, no creerse que lo logramos todo, no discriminar, no darnos por satisfechos con lo hecho y pretender que no hay nada más por hacer y muchas expresiones por el estilo. La misa duró 4 horas y la mitad de los fieles estuvieron de pie, y estimo que alguna fuerza extra ayudó a soportar la fatiga muscular. Hubo una agradable música simple y de carácter popular, con batido de palmas y gestos, con muchas sonrisas y rostros de sana esperanza. Sin dudas, para la propia Iglesia y para todos, algo para repetir, recordar y, quizá, reflexionar.