29 de enero de 2025

Internacionales 28/01/2025

La tragedia del Challenger y la muerte de la primera civil elegida entre miles para dar una clase desde el espacio

A 39 años

Christa McAuliffe, la docente seleccionada para dar clases desde el espacio, simbolizaba la posibilidad de concretar el sueño de abrazar las estrellas por parte de los ciudadanos comunes. Hasta que esa mañana de enero de 1986, segundos después del despegue, el transbordador se transformó en una bola de fuego. El accidente marcó un antes y un después en la exploración espacial, dejando expuestos los errores humanos y técnicos que podrían haberse evitado

Por Gabriela Cicero | Infobae

A las 11.38 de la mañana del 28 de enero de 1986, el transbordador espacial Challenger despegaba del Centro Espacial Kennedy, en Cabo Cañaveral, Florida, frente a las miradas expectantes de miles de personas en el lugar y millones de espectadores que seguían el evento en vivo desde sus hogares. La misión STS-51-L prometía marcar un nuevo hito en la historia de la exploración espacial. A bordo iban siete astronautas: el piloto Michael J. Smith, el comandante Francis "Dick" Scobee, Ronald McNair, Ellison Onizuka, Judith Resnik, Gregory Jarvis y la docente Christa McAuliffe, la primera civil estadounidense que participaba de una misión espacial.

Entre esos millones de espectadores que seguían el lanzamiento del Challenger en directo, estaban los estudiantes de la secundaria Concord, en New Hampshire. Eran los alumnos de la profesora de ciencias sociales de 37 años que había sido seleccionada para formar parte de la tripulación a través del programa "Teachers in Space" (Maestros en el Espacio) cuya misión era dictar la primera clase espacial, transmitida para escuelas de todo Estados Unidos.

Christa McAuliffe, que estaba casada con su novio de toda la vida y tenía dos hijos de 9 y 6 años, tal vez pensó que el día en que su nombre fue mencionado entre los finalistas fue uno de los mejores de su vida. Su reacción fue de sorpresa y una alegría inmensa. Estaba exultante. Desbordaba de felicidad. Es que había destacado entre los 12 mil profesores que se habían postulado. No era para menos. A partir de ese día, su vida cambiaba sustancialmente, dejando las aulas por centros de entrenamientos para astronautas. El oficial de NASA Alan Ladwig dijo que "tenía un entusiasmo contagioso", y el psiquiatra de NASA Terence McGuire expresó en una entrevista para la revista New Woman que "era la persona más equilibrada" de los 10 finalistas.

Junto a la suplente Barbara Morgan, otra profesora, continuaron cobrando su salario docente durante un año, a cargo de la NASA, y recibieron el entrenamiento como todos los astronautas en aviones de combate y vuelos que logran la gravedad cero donde aprendieron a flotar. Al mismo tiempo, la profesora planeaba las dos clases de 15 minutos que daría a millones de estudiantes mediante un circuito cerrado de televisión y daría un tour por la nave bajo el nombre "La excursión definitiva". Para todo el mundo, ella era el ejemplo vivo de que cualquier persona podría alcanzar las estrellas.

Antes de poner un pie en el transbordador, Christa ya era famosa. Desfiló por cuanto programa de televisión la invitara. Cuando en The Tonight Show Starring Johnny Carson, el conductor le preguntó acerca de la misión ella respondió: "Si te ofrecen un asiento en un cohete, no preguntes qué asiento. Sólo sigue adelante". Le sobraba coraje.

El accidente que conmocionó al mundo

En la mañana del 28 de enero de 1986, hace exactamente 39 años, eran muchas las personas que estaban presenciando el despegue del transbordador espacial, que recibía el apodo "la bestia de carga" por su gran capacidad de transporte. Entre todas esas personas, las cámaras filmaban a los orgullosos padres de la profesora. El programa tenía como principal objetivo la puesta en órbita de los satélites TDRS-B y SPARTAN-Halley, los primeros establecerían comunicación entre los controladores de Tierra y otros satélites en órbita mientras que el segundo era una plataforma astronómica que realizaba observaciones con el plan de seguir de cerca al cometa Halley. Nada de eso sucedió.

Apenas 73 segundos después del lanzamiento, las caras de los allí presentes, mirando para el cielo, pasaron del entusiasmo a una mueca de horror. No podía ser verdad lo que estaban presenciando. El Challenger, que había despegado bien, se había convertido en una enorme bola de fuego que iluminó el cielo, mientras sus restos se dispersaban como lo hace un fuego artificial. En cuestión de segundos los astronautas perdieron la vida y su familias quedaron destruidas. El trabajo realizado por el equipo se pulverizó. No habría clases desde el espacio. Los chicos estaban desconsolados y los padres de Christa quedaron petrificados, mientras a su alrededor se escuchaban gritos desgarradores.

No era el primer accidente que enfrentaba la Nasa en su conquista del espacio. En 1967, también en el mes de enero, murieron tres astronautas en un ensayo del lanzamiento de Apolo 1. Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee perdieron la vida en un incendio de la cápsula en solo 27 segundos. Tampoco el accidente del Challenger fue el último. En febrero de 2003 el Columbia, cuando restaban solo 16 minutos para aterrizar y completar la misión, se desintegró con siete tripulantes dentro. Se lo conoce como "El desastre del Columbia".

Causas del accidente del Challenger

El desastre del Challenger fue el resultado de una combinación fatal de factores: error humano, falla técnica y condiciones climáticas adversas. En el centro de la tragedia se encontraban las juntas tóricas (O-Ring) del cohete impulsor derecho, un componente aparentemente menor pero fundamental para la seguridad de la nave.

La noche previa al lanzamiento, ingenieros de Morton Thiokol, la empresa responsable de fabricar los impulsores del Challenger, advirtieron que las bajas temperaturas previstas podrían comprometer la capacidad de dichas juntas para sellar correctamente los tanques de combustible. Fabricadas con goma reforzada, eran fundamentales para prevenir fugas de hidrógeno líquido altamente inflamable.

A pesar de las advertencias de los ingenieros Allan McDonald, ingeniero y consultor aeroespacial, y su colega Roger Boisjol la NASA no estuvo de acuerdo o decidió tomar el riesgo para no retrasar más la misión y cumplir con el calendario de lanzamientos. Entre la espada y la pared, McDonald se negó a firmar la aprobación del lanzamiento. "Fue la decisión más inteligente que he tomado en mi vida", dijo años después.

Esa mañana fue inusualmente fría en Cabo Cañaveral, con temperaturas cercanas a 1°C, el mínimo permitido para un lanzamiento. Las juntas, como temían los ingenieros, no pudieron cumplir su función, y una fuga de combustible desató la tragedia.

En los primeros segundos tras el despegue, el cohete impulsor derecho comenzó a emitir penachos de humo negro, señal de que las juntas tóricas habían fallado. El combustible líquido, enriquecido con virutas de aluminio, selló de manera precaria la fuga durante unos segundos, pero el daño estaba hecho.

Al alcanzar los 58 segundos de vuelo, el Challenger atravesó una corriente de viento que agravó la fisura en la junta. Esto permitió que una columna de fuego escapara del cohete impulsor y quemara el tanque externo de combustible. El hidrógeno líquido en llamas cortó las abrazaderas que mantenían el impulsor unido a la nave. El cohete golpeó el ala derecha del transbordador, que perdió el control y quedó a merced de fuerzas aerodinámicas incontrolables.

A los 73 segundos, el Challenger se desintegró en el aire. Sin embargo, no fue en ese momento en el que los astronautas perdieron la vida porque la cabina había permanecido intacta. Ésta cayó al Atlántico desde 20 kilómetros de altura, en un descenso dramático de tres minutos a unos 300 kilómetros por hora.

En caída libre

Durante los interminables minutos de la caída, se sabe que al menos cuatro astronautas activaron sistemas de oxígeno de emergencia e intentaron sobrevivir. Pero el impacto contra el océano fue letal. A esa conclusión llegaron las investigaciones de la "Comisión Presidencial sobre el Accidente del Transbordador Espacial Challenger", creada por Ronald Reagan y dirigida por William P. Rogers y Neil Armstrong. La comisión expuso los graves errores en el proceso de toma de decisiones de la NASA, que desestimó las advertencias de los ingenieros y permitió el lanzamiento a pesar de los riesgos informados.

La explosión del Challenger marcó un antes y un después en la historia de la NASA. Desde esa fecha se implementaron importantes reformas en los procedimientos de seguridad y se rediseñaron las juntas tóricas para prevenir fallas similares. La agencia también revisó su cultura de trabajo para priorizar la seguridad sobre cualquier otra consideración. No obstante, volvieron a repetirse errores humanos y técnicos en 2003 con el desastre del Columbia.

Los restos de los tripulantes identificados fueron entregados a sus familias meses después. En el Cementerio Nacional de Arlington, se erigió un monumento conmemorativo en su honor, que permanece como símbolo de los sacrificios hechos en nombre de la exploración espacial.

La profesora McAuliffe fue sepultada en el cementerio Blossom Hill, en su ciudad natal, Concord y desde entonces recibió todo tipo de homenajes y reconocimientos. Si bien no logró abrazar las estrellas como lo había soñado, hoy un cráter lunar y un asteroide, el 3352, llevan su nombre. También lo llevan instituciones educativas, un planetario y muchos lugares más en el mundo. Asimismo, en Estados Unidos, se la reconoció con la Medalla de Honor Espacial del Congreso.

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