Nacionales 08/01/2025
Tras el cambio de política en Meta
En las últimas horas, Meta -dueña de Facebook, Instagram, Messenger, Threads y WhatsApp, entre otras plataformas- anunció un cambio en sus políticas y le puso fin a su programa de verificación de datos en Estados Unidos. Esto abrió una oleada de críticas y reivindicaciones, dependiendo del prisma ideológico con que se quiera leer el fenómeno. Pero, ¿qué dice la historia al respecto?
En su libro Las redes del caos (Ediciones Península), el periodista de The New York Times Max Fisher realiza un extenso análisis sobre la historia de las redes sociales y los algoritmos opacos que fueron tomando un rol cada vez más central en la vida cotidiana, generando cambios que van desde aspectos sencillos, como el vínculo entre vecinos, hasta hechos más trascendentales, como influenciar elecciones.
De las escenas que relata Fisher en su libro hay un par que pueden ponerse bajo el reflector para entender qué puede pasar si, efectivamente, las redes sociales dejan de chequear la información y se da luz verde a cualquier tipo de contenido bajo la premisa de que esta es la única forma posible de lograr la libertad de expresión.
El gran problema de esta lógica es que cuando los algoritmos de las redes sociales tienen como objetivo incrementar el tiempo de uso de las plataformas, los mismos priorizan cada vez más el contenido extremo, con una alta dosis de indignación moral, lo que divide la visión del mundo "buenos" y "malos", muchas veces acudiendo a teorías conspirativas y fake news para lograrlo. Estos son los anzuelos que mantienen las narices cerca de las pantallas.
Myanmar: Facebook bajo la lupa
Si se piensa en la desregulación de las redes sociales quizás se venga a la mente el genocidio rohinyá en Myanmar, que tuvo un punto máximo de violencia en 2017, cuando el ejército local, de mayoría budista, y miles de ciudadanos civiles, comenzaron a matar al grupo de minoría musulmana en medio de una difusión sin precedentes de noticias falsas y mensajes de odio contra esta población en Facebook.
"En los meses y años que desembocaron en las atrocidades de 2017, Facebook en Myanmar se había convertido en una cámara de resonancia de contenido antirrohinyá. Actores ligados al ejército de Myanmar y grupos nacionalistas budistas radicales inundaron la plataforma de contenido antimusulmán, publicando desinformación sobre una inminente toma del poder musulmana en el país", explicó un informe de Amnistía Internacional.
Facebook estaba al tanto de esto, pero el negocio debía continuar. Los números de la plataforma, ofrecida con datos telefónicos gratuitos para los ciudadanos, eran abrumadores. Por eso no prestaron atención a las denuncias que, ya desde 2013, se venían realizando. Actuaron con pasividad: para una plataforma con cientos de miles de usuarios, Facebook contaba con un único moderador de habla birmana (con solo uno, vale la pena subrayarlo), el idioma mayoritario en el país.
Pero, además, es interesante pensar también en cómo disminuyó la violencia: tras varios intentos fallidos del Gobierno de entablar diálogo con Facebook para ponerle fin a los mensajes de odio, decidieron bloquear las redes sociales. La medida que se tradujo, inmediatamente, en una reducción de las matanzas y persecuciones. Horas más tarde, Facebook llamó a la gestión birmana, pero, explica Fisher, para saber por qué habían bajado tan repentinamente los usuarios.
Manos arriba, esto es el Pizzagate
Otro ejemplo de las consecuencias de la desregulación de lo que pasa en las redes sociales puede verse en el Pizzage, nombre de fantasía con el que se conoció una teoría conspirativa en Estados Unidos que señalaba -en plena campaña electoral de 2016- que en la parte trasera de una pizzería de Washington funcionaba una red de tráfico de personas y abuso sexual infantil regenteado por el Partido Demócrata.
En un abrir y cerrar de ojos se llega al 4 de diciembre del 2016, cuando Edgar Maddison Welch, de 28 años, que condujo de Carolina del Norte a Washington con un rifle militar, una pistola y 29 rondas de munición, entró a la pizzería y abrió fuego. Por suerte, no hubo heridos. Pero el final de Welch fue menos afortunado: al notar que no había tal red de trata, se entregó a la policía y fue condenado a cuatro años de prisión.
La conspiración tuvo su punto inicial en la filtración de unos mails de John Podesta, gerente de campaña de Hillary Clinton, y toda una presunta codificación de palabras claves en torno a elementos de trata. Lo curioso es que el propio Welch reconoció que encontró su motivación en redes y foros de internet como 4chan y que horas antes del ataque dijo que se iba a "alzar contra un sistema corrupto que secuestra, tortura y viola a bebés y niños en nuestro propio patio trasero".
En México, los niños a la hoguera
Un tercer caso de resonancia -entre los muchos que sustentan el trabajo de Fisher- se encuentra en una sociedad más parecida a la nuestra y mucho más acá en el tiempo. Se trata de una serie de matanzas en 2018 a menores en México a quienes prendieron fuego porque, supuestamente, forman parte de una red de robos de niños.
Un caso emblemático tuvo lugar en Acatlán de Osorio, a solo 4 horas de Ciudad de México, donde tras comenzar a circular noticias falsas en las redes, parte de la comunidad roció con nafta y prendió fuego a Ricardo Flores, de 21 años, y a su tío Alberto Morales, de 56. Pero lejos estuvo de ser el único de su tipo. El Gobierno, rápidamente, tuvo que salir a aclarar que las miles de noticias sobre presuntos robaniños eran falsas.
Entonces, en este punto, cabe preguntarse qué nos dice la historia acerca de la desregulación del contenido en las redes sociales. Qué nos dice la historia que pasa si se deja todo, una vez más, en manos del algoritmo. Quizás, para encontrar una respuesta, haya que tener presente la famosa frase de Karl Marx, aquella de que la historia ocurre primero como tragedia y después como farsa.
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