7 de abril de 2025

Nacionales 07/04/2025

El lento renacer de una ciudad que no se rinde

A un mes de la catástrofe, Bahía Blanca encara la reconstrucción

Después del trauma, la reconstrucción. A un mes de la inundación que se llevó la vida de 16 personas y por la que siguen desaparecidas dos niñas, Bahía Blanca encara una nueva etapa de su historia post catástrofe. 

Al sobrevolar la ciudad, desde el avión se ven los campos encharcados que rodean a Bahía Blanca. Y en tierra, cuando al taxi recorre los primeros barrios, las ruedas traquetean fuerte en las zonas más afectadas, en particular cerca del Canal Maldonado donde la corriente arrasadora erosionó el asfalto dejando cráteres en la calzada. El Maldonado, colapsado por los 290 milímetros caídos en pocas horas, bajó salvaje por cada calle.

Lo primero que llama la atención al llegar a la ciudad es una huella de la inundación marcada en línea recta en la pared de la fachada de muchas casas: una línea oscura delimitando hasta dónde llegó el agua. El trazo puede estar a un metro o metro y medio de la vereda, o incluso a la altura del techo. Es fácil distinguir la franja de humedad y pintura corroída que, apenas sobre la vereda, se dibuja en la base del frente de cada hogar.

La casa de Ana Fernández, chalet blanco de una calle del centro, es uno de esos casos. La mujer de 72 años manguerea la vereda en la tarde del sábado, pero no le apunta a las manchas que todavía resisten en lo bajo del muro. Consultada por este diario, dice que decidió, por ahora, no limpiar las marcas: "Es como un recuerdo de lo que no queremos que pase más", sostiene. Vive sola y ese día estuvo encerrada, incomunicada y "desesperada", mientras veía el agua correr como catarata por la calle.

En las calles y en la memoria, las marcas materiales e inmateriales de aquella mañana del 7 de marzo perduran, pero se mezclan con los gestos permanentes de solidaridad, ganas de "salir adelante" y obras en las calles: los camiones entregan alimentos y colchones en puntos de acopio, trabajadores arreglan puentes y calzadas, y cientos de voluntarios reparten las donaciones que llegan desde distintos puntos del país.

El viento que se cuela por las esquinas de la ciudad pega de frente en el paseo costero. Trae los ruidos del puerto y del agua del estuario donde varios arroyos --los causantes de la tragedia-- desembocan en el mar. De noche, el frío otoñal ya anticipa el invierno; grupitos de jóvenes caminan tan apurados como abrigados por las mismas veredas que hace un mes quedaron sumergidas bajo el agua. A la mañana, el sol le da pelea al frío y reverdece la costa. La ciudad intenta recuperar su rutina. Bahía Blanca es la misma de siempre, pero distinta.

Fernando Martínez, voluntario de un punto de reparto, describe el rugido de los arroyos que se volvieron violentos ríos como "el de las olas cuando rompen en la escollera". Martínez recibe a Página/12 en la Sociedad de Fomento Kilómetro 5 (KM5) junto a la referente de ese espacio, Miriam Márquez. Es uno de los centros que conjugan entrega de ropa y colchones, sets de limpieza y alimentos no perecederos que da el municipio, además de las viandas calientes que sus voluntarios cocinaron durante las primeras semanas de la catástrofe. En la tarde, al amplio espacio del salón lo atraviesan los tablones sobre caballetes que forman un semicírculo con ropa encima: "Es la feria de Miriam", se bromea en el lugar, para descomprimir un poco.

La ropa llegó en distintas olas de solidaridad: de clubes como Vélez, Villa Maipú y Platense, y en el Tren Solidario. Márquez aclara que, aunque parezca mucho, en los primeros días había todavía más cantidad: "Llegamos a llenar un cuarto con ropa hasta el techo", asegura. Estima que entonces, cuando trabajaban de 9 a 19 horas "sin parar y sin comer", llegaron a repartir unos 300 sets por día, número que ha bajado pero no tanto, hasta los 200 que repartieron en los últimos días. Mientras, llega un camión de la provincia cargado con colchones del municipio. Ahora el centro funciona de 9 a 16 horas pero el timbre sigue sonando con pedidos más allá de ese horario.

"No tenemos vida", dice Márquez mientras recorre el barrio en el auto en el que desde hace treinta días, no hace más que transitar las pocas cuadras que separan la sociedad de fomento de su casa. No es, sin embargo, ni una queja ni un lamento. Parece ser más bien una señal de orgullo. KM5, ubicado en Maldonado al 600, está a dos cuadras del canal y ayuda a los vecinos y vecinas de uno de los puntos de mayor colapso del cauce: a la altura de la calle Don Bosco, el agua hizo presión sobre un puente ferroviario centenario para acumularse en especial sobre las casas frente al canal, que se sumergieron por completo.

Una mujer de 60 años resistió en su techo mientras, desesperada, pedía rescate; otros pudieron refugiarse en el segundo piso de una casa; además de autos y árboles, el agua se llevó muros, rejas, los cimientos de varios puentes que quedaron interrumpidos y hasta placas enteras del cemento que contiene un canal de 12 metros de ancho y capacidad para 300 metros cúbicos por segundo que no dio abasto ante la lluvia torrencial. Los vecinos y vecinas coinciden en que son necesarias obras hidráulicas para mejorar la contención y capacidad del canal, más allá de las reparaciones urgentes.

El municipio y la Provincia ya anunciaron la creación de un "Consejo Asesor para la reconfiguración hidráulica de Bahía Blanca", que se dedicará a analizar las obras necesarias dentro del plan de reconstrucción de la ciudad con 192 mil millones de pesos de presupuesto extraordinario por parte de Provincia. Federico Susbielles, el intendente, aseguró que "no solamente hay que reconstruir, sino mejorar la infraestructura existente y pensar todas obras hidráulicas".

Mientras tanto, los trabajos se centran en lo urgente: en las rutas se ven trabajadores operando sus máquinas para reconstruir las calzadas socavadas y hundidas; lo mismo ocurre con los puentes, punto esencial de la vida urbana bahiense, atravesada por los arroyos; algunos ya fueron reactivados y, por ahora, el tráfico se condensa allí, mientras en el resto se sigue trabajando. Los puentes provisorios del Ejército le dan a la ciudad un aire de recuperación post guerra. Pese a todo, a unos metros del canal, chicos y chicas salen de la Primaria N°35 esperanzados de retomar una vida normal y cruzan el puente ferroviario ya rehabilitado.

También hay centros específicos donde dejar los residuos y los objetos que quedaron inservibles tras la inundación. La pérdida material, sostiene Márquez, se traduce inmediatamente en algo mayor: "Hay familias que perdieron todo, y cuando digo todo es todo: los muebles, los electrodomésticos, los recuerdos, la casa misma que quedó llena de barro y todavía sigue con humedad", advierte. Martínez pone el foco específicamente sobre la salud mental, tanto de jóvenes como de ancianos: "Los adultos mayores tuvieron un shock tremendo justo al final de sus vidas, y hay muchos jóvenes que perdieron trabajos o no pueden volver a estudiar".

Un grupo de chicos y chicas toma mate en la Plaza Rivadavia, la más importante de la ciudad, y comentan precisamente sobre eso: "Nos agarran en nuestro primer día de descanso", asegura Agustina Herrera de 19 años. Y cuenta que todavía no pudo retomar las clases en la Universidad del Sur. La casa de estudios, arrasada por la inundación y en campaña para su reconstrucción, ya pudo comenzar el ciclo lectivo, pero Herrera señala que desde hace un mes "nos pasamos todos los días yendo de casa en casa de familiares o amigos para ayudar".

Sentado junto a Agustina, su amigo Ramiro señala que su trabajo en un comercio quedó en "un limbo" porque comercio aun no pudo reabrir: "Cerró a partir de ese día y el dueño todavía no nos puede decir cuándo va a retomar". Dos empleados del negocio se inscribieron en el programa de voluntarios para repartir las donaciones: "Si no nos ayudamos entre todos, de esta no salimos", sostiene Herrera.

Esa voluntad parece ser la que, en medio del trauma que atraviesa la ciudad, deja ver una señal de ilusión a futuro en medio de la desesperanza. Luego de la tormenta del 7 de septiembre, otras dos bastante fuertes --de mucha menor intensidad-- llegaron a la ciudad y despertaron alarmas: "Hay mucha angustia y temor, apenas cae una gota todos se ponen como locos", dice Martínez, pero agrega que la forma de tramitar esa angustia es compartiendo avisos y ayuda a través de los grupos vecinales o de Whatsapp. Aunque nunca con tal magnitud, Bahía Blanca ya se sobrepuso a varias circunstancias climáticas complejas como la del vendaval de diciembre de 2023. Por eso, Herrera asegura que esta vez también, "vamos a salir adelante". 

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